Aun entre los mismos comediantes parece haber consenso en considerar a Jerry Seinfeld como uno de los más notables practicantes de lo que en Estados Unidos se conoce como observational comedy: un género de humor cuyo funcionamiento consiste en detectar y explotar aspectos inadvertidos de la realidad en la que estamos inmersos, a partir de un principio de perplejidad suscitada por lo que parece normal o familiar, y que, gracias a esa misma perplejidad, se revelará como absurdo. En documentales y entrevistas, así como en los pasajes de la serie que lleva su nombre donde se lo ve trabajando, es frecuente que Seinfeld aluda al «material» que alimenta sus creaciones: situaciones y conversaciones, sobre todo, de las que toma nota, conducido por un muy afinado sentido de la intuición. (Yo sostengo que ese ejercicio constante de observación y de interpretación destinado a la escritura de sus monólogos y sus guiones hace de Seinfeld uno de los ensayistas principales de nuestro tiempo, y seguramente uno de los más influyentes).

En la serie Comedians in Cars Getting Coffee, que acaba de estrenar su undécima temporada, a lo largo de todas las charlas que sostiene con sus invitados, Seinfeld va desplegando el corpus vasto y diverso y profundo de sus teorías acerca del humor. Más allá de lo divertido que es cada episodio por sus razones específicas (y también hay momentos sumamente conmovedores, como cuando salen Jerry Lewis o Mel Brooks, ¡o Eddie Murphy!, con quien inicia esta temporada), el conjunto permite apreciar las ambiciones y los alcances de una poética muy sofisticada, que es la razón de que Seinfeld sea un clásico: un autor al que siempre se volverá porque siempre revelará algo decisivo. (Por poética entiendo el modo en que se condicen las preocupaciones de un artista con su modo originalísimo de hacerse cargo de ellas). Y en esa poética destacan sus negaciones: su firme renuencia a ocuparse de la miseria del mundo, por ejemplo, de la depravación social o de la estupidez de la política.

¿Y a qué viene todo esto? Acaban de cumplirse treinta años del primer episodio de Seinfeld, la serie que nos enseñó que, con nada, la genialidad puede hacerlo todo. Una maravilla.

 

J. I. Carranza

Mural, 25 de julio de 2019